Cuando uno viaja a los hermosos
pueblos de Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Michoacán, el visitante es siempre bien recibido
con calidez y afecto. Aún después de
décadas de desmantelamiento institucional y corrupción autoritaria, México
sigue siendo un país reconocido internacionalmente por su enorme hospitalidad,
generosidad y apertura. Estas
características son particularmente arraigadas en los estados del sur así como
entre los maestros y las maestras, líderes naturales en sus pueblos por su
dedicación permanente a la infancia y al fortalecimiento de la vida
comunitaria.
Indigna y da vergüenza, entonces,
ver la manera en que las autoridades de la Ciudad de México, y de un sector de
la sociedad capitalina, reciben con desprecio y rechazo a los maestros quienes
acuden a la capital en busca de apoyo para su lucha en defensa de la cultura,
la educación y la patria.
Miguel Ángel Mancera se comporta
como un pequeño dictadorzuelo siguiendo órdenes desde Los Pinos y Washington. En franca violación de los derechos de
tránsito, de libre expresión y de reunión, Mancera obstaculiza la entrada a la
ciudad de los maestros, los acosa constantemente en sus plantones obligándolos
a cambiar de sitio cada noche y finalmente los deporta de la ciudad, al peor estilo
de los policías migratorios de los Estados Unidos, enviando una clara señal de
que para el Jefe de Gobierno la capital no le pertenece a todos los mexicanos
sino solamente a unos cuantos privilegiados al servicio de la oligarquía
nacional.
Por otra parte, muchos
capitalinos también se desquitan, por ignorancia o mala fe, con los
maestros. “Regrésate a tu casa” o
“pinches mugrosos”, son dos de las descalificaciones más comunes lanzados a los
profesores por ciudadanos apurados para llegar a tiempo a sus trabajos. Lo que no saben quienes solamente ven
Televisa, leen Letras Libres u hojean La Alarma es que son las autoridades, no
los luchadores sociales, los responsables tanto por las dificultades de movilidad
como por las complicaciones sanitarias causadas por la visita de los
profesores.
La mejor forma para evitar los
daños colaterales de las protestas legítimas de los maestros sería permitir que
los mentores ingresaran sin retenes u obstáculos a la ciudad y que se
instalaran tranquilamente en el Zócalo capitalino, la Plaza de la Constitución,
que debería estar al servicio del pueblo y no del lucro empresarial y político
de los gobernantes en turno. El Gobierno de la Ciudad de México también debería
proporcionar tanto instalaciones sanitarias como servicios médicos durante el
transcurso de la visita de los maestros, tal y como lo hace en ocasión de
importantes conciertos o espectáculos culturales en la ciudad.
La estrategia es transparente.
Las autoridades buscan simultáneamente cansar e intimidar a los maestros como
desesperar y voltear a los capitalinos en contra de los mentores.
No caigamos en las trampas del
poder. Los gobiernos despóticos siempre
buscarán dividir los diferentes movimientos y causas. La unión entre el campo y la ciudad, y entre
la capital y los estados de la república, es particularmente peligrosa para
ellos. La articulación entre los movimientos sociales y los movimientos
políticos también genera un enorme pánico en los pasillos del poder. Y la
alianza entre los estudiantes y los maestros es crucial. La solidaridad desde universidades públicas,
como la UNAM y el IPN, con los maestros democráticos es particularmente
importante.
En general, la construcción de un
gran bloque histórico social, entre todas las causas ciudadanas y las fuerzas populares,
constituye la llave a un futuro más próspero y justo en México.
Pero llama la atención cómo
muchas de las mismas voces que se quejan desde sus computadoras de la supuesta
“apatía” o “pasividad” del pueblo mexicano, simultáneamente descalifican las
aguerridas y valientes acciones de resistencia de los maestros en todo el
país. Dese este punto de vista, la única
forma válida de protesta sería el activismo “light” o “clasemediero” lleno de retweets, likes y peticiones online,
pero sin un compromiso claro en el terreno ideológico o a partir de una acción
material contundente. La acción cibernética es importante, desde luego, pero
jamás trascenderá si no salimos también a la calle para reunirnos, dialogar y
construir estrategias en conjunto con otros sectores y causas sociales.
Chiapas, por ejemplo, constituye
una inspiración y un ejemplo a seguir. Frente a la brutal represión de parte de
las fuerzas policiacas en contra de los maestros en lucha, el miércoles pasado la
sociedad chiapaneca salió a las calles para proteger a sus maestros así como
correr a los hombres armados al servicio del poder. En Tuxtla Gutiérrez y Chiapa de Corzo, en
particular, hubo actos de increíble solidaridad social con la causa de los
profesores. Cada día queda más claro que
los maestros no están de ninguna manera solos en su lucha.
En la Ciudad de México nos falta
seguir el ejemplo de los pueblos del sur.
Los habitantes de la capital tenemos una obligación ética, moral e
histórica para romper con el guión racista y clasista propagado por los medios
masivos de comunicación y los intelectuales y periodistas mercenarios. Los
maestros de todo el país, pero en particular los del sur, representan lo mejor
de México. Son portadores de un gran conocimiento de nuestra historia así como
de una convicción patriótica y nacional sin parangón.
Démosles a los maestros la
bienvenida que merecen, con abrazos en lugar de toletes, con apoyos en lugar de
represión. Con nuestras acciones de
solidaridad, enseñemos al mundo entero que Mancera no nos representa.
Demostremos que no todos los capitalinos somos tan indignos y abyectos como
él. El futuro de la patria depende de
ello.
Twitter: @JohnMAckerman
Publicado en Revista Proceso No. 2065
(C) John M. Ackerman, todos los derechos reservados