ARTICULO 39 CPEUM. LA SOBERANIA NACIONAL RESIDE ESENCIAL Y ORIGINARIAMENTE EN EL PUEBLO. TODO PODER PUBLICO DIMANA DEL PUEBLO Y SE INSTITUYE PARA BENEFICIO DE ESTE. EL PUEBLO TIENE EN TODO TIEMPO EL INALIENABLE DERECHO DE ALTERAR O MODIFICAR LA FORMA DE SU GOBIERNO.

lunes, 20 de agosto de 2018

"Altas expectativas" (Revista Proceso, 19 de agosto, 2018)

John M. Ackerman 

Quienes antes se preocupaban por las constantes críticas y descalificaciones de la sociedad civil a las instituciones gubernamentales, hoy, de repente, se angustian por las hipotéticas expectativas “demasiado altas” en torno al gobierno de López Obrador, que se iniciará el próximo 1 de diciembre. 

Las mismas voces que antes regocijaban por el éxito de nuestra fantasiosa “transición democrática” a partir de la alternancia entre el PRI y el PAN, hoy se preocupan por un supuesto retorno al autoritarismo a partir de la celebración de la elección presidencial más democrática en décadas. 

Las mismas plumas que antes defendían a los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo e inflaban las expectativas en las “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto, ahora atacan ferozmente a López Obrador por su supuesto priismo. 

Estas aparentes contradicciones en realidad no lo son. Cada una de estas posiciones buscan un mismo objetivo: la desmovilización social y la pasividad ciudadana. 

El mito de la transición democrática tenía el propósito de convencer a los mexicanos de que habíamos llegado al “fin de la historia” y que ya no valía la pena “luchar” por una transformación política de fondo, sino que habría que confiar en que la nueva “institucionalidad democrática” fuera resolviendo por sí sola los grandes problemas nacionales. 

De la misma manera, las preocupaciones actuales con respecto a las altas expectativas en el próximo gobierno son en realidad angustias sobre la gran fuerza que podría llegar a tener la ciudadanía en la defensa de sus derechos. 

Cuando un pueblo se llena de esperanza e ideas utópicas se vuelve más exigente y es mucho más difícil de controlar desde el Estado y los mercados financieros. Pero cuando los ciudadanos moderan sus expectativas suelen aceptar más fácilmente resultados mediocres sin protestar o generar olas en la esfera política. 
Una encuesta reciente publicada por El Universal (véase: https://bit.ly/2OD6DWN) demuestra que 64.5% de la población cree que López Obrador “cumplirá con sus promesas de campaña” y 69% está convencido de que “México mejorará” durante el próximo sexenio. La misma fuente revela que si se repitieran hoy las elecciones presidenciales López Obrador ahora ganaría con 60% de la votación, contra solamente 11% para Ricardo Anaya. La encuesta ni siquiera reporta el porcentaje -- minúsculo sin duda -- que recibiría José Antonio Meade. 

Los comentócratas del viejo régimen le apuestan al fracaso del gobierno de López Obrador. Quieren que incumpla sus promesas y decepcione a sus seguidores, para dar pie a un desánimo generalizado que obligue a la ciudadanía a aceptar su derrota en materia política y así permitir un retorno de terciopelo al viejo neoliberalismo autoritario de siempre. 

La enorme esperanza generada por la llegada de López Obrador es un peligro para este proyecto de desánimo y pasividad social porque es precisamente lo que necesita el nuevo presidente para poder romper con las cadenas de la simulación institucional y el servilismo global a que nos han malacostumbrado los gobiernos del PRIAN. 

Ahora bien, las erradas teorías con respecto a la supuesta continuidad del régimen PRIista con López Obrador tienen el mismo fin de generar pesimismo y desmovilización. De acuerdo con este punto de vista, la “Cuarta República” se reduciría a ser apenas una cuarta transformación del viejo régimen del partido de Estado, iniciado con la creación del PNR, después transformado en PRM, luego en PRI y finalmente transmutado en Morena. 

Esta tesis histórica no es, en realidad, más que una extensión de las descalificaciones electoreras esgrimidas por Ricardo Anaya y Jorge Castañeda durante la campaña electoral sobre el “PRIMor”, y retomadas con profundo sentido racista por el mismo Enrique Ochoa Reza, quien fuera presidente del PRI, cuando se lanzó públicamente en contra de los “PRIetos”. 

Aunque resulta que el distinguido historiador John Womack también coincide con las coordenadas generales de este análisis. En una entrevista reciente con la periodista Dolía Estévez (véase: https://bit.ly/2uW9lza), el antiguo maestro de Carlos Salinas de Gortari en la Universidad de Harvard afirma que López Obrador a lo sumo representaría un reciclaje de “la izquierda del PRI”. “Es priista, nació y fue creado como priista”, afirma el historiador. Y agrega: “Los priistas tenían la misma retórica [que López Obrador], la misma oratoria, la misma demagogia para la gente que no reflexiona. Que no piensa.” 

Womack acepta que “mucha gente vio sus sueños izquierdistas realizados en el triunfo de López Obrador”. Sin embargo, señala que “lo que ahora llaman izquierda es una izquierda que, como tal, es muy pobre” ya que no es ni comunista ni anti-capitalista. 

Pero lo anticuado no es, en realidad, López Obrador, sino precisamente quienes insisten en descalificarlo por sus ideas supuestamente anticuadas. Tanto el neoliberalismo rapaz de Anaya y Castañeda como el sectarismo de Womack son reliquias de un mundo inmerso en una guerra fría que terminó hace ya casi tres décadas. 

Ha llegado la hora de innovar esquemas y marcos teóricos para poder abrazar y sacar todo el jugo posible al actual proceso de transformación histórica y estructural de la nación en un contexto de constante movimiento también al nivel global. 


Twitter: @JohnMAckerman

lunes, 6 de agosto de 2018

"RIP PRI" (Revista Proceso, 5 de agosto, 2018)

John M. Ackerman 

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) nunca ha sido solamente un partido político. Desde su creación en 1946, este instituto político fue diseñado con el claro propósito de generar un nuevo régimen autoritario, corrupto y neoliberal, para repudiar las conquistas de la Revolución Mexicana y desandar el camino de justicia social trazado durante el sexenio de Lázaro Cárdenas del Río entre 1934 y 1940. Si bien el PRI nunca fue una institución monolítica, e incluso llegó a albergar una fuerte ala progresista en algunos momentos de su larga historia, la lógica general del viejo partido de Estado siempre ha sido una de control social, simulación burocrática y de defensa de intereses particulares. 

Cárdenas había visualizado otro futuro para la Revolución. Demócrata convencido y con un compromiso irrestricto con el principio de “Sufragio efectivo, no reelección”, en lugar de buscar su permanencia personal en el poder Don Lázaro le apostó a la organización social por medio de la creación del Partido de la Revolución Mexicana (PRM) el 30 de marzo de 1938. De acuerdo con Cárdenas, la única forma para garantizar la verdadera continuidad de las enormes conquistas sociales de su sexenio era por medio de la organización, la participación y la concientización ciudadana. 

Cárdenas tenía perfectamente claro que los Presidentes de la República que vendrían después de él muy probablemente no contarían con la misma convicción justiciera o compromiso con la soberanía nacional. Así que era necesario blindar la Revolución desde abajo y a la izquierda a partir de la creación de un nuevo partido de masas que contaría con suficiente fuerza para exigirle cuentas y demandar efectividad a cualquier futuro gobernante. 

El nuevo partido también tenía el propósito de corregir por el reprobable caciquismo y corrupción que se habían apoderado del Partido Nacional Revolucionario (PNR), creado por el sonorense Plutarco Elías Calles en 1929. La creación del PRM sería un vehículo simultáneamente para el empoderamiento social y para lograr la institucionalidad democrática. 

Así que cuando en 1946 Miguel Alemán Valdés se propuso destruir al Cardenismo, traicionar a la Revolución y acercarse a los intereses de Washington sabía perfectamente bien que no era suficiente con solamente modificar las políticas públicas y las instituciones del Estado. También tenía que desaparecer al PRM y crear un nuevo instituto político, el PRI, para poder contar con suficiente margen de maniobra social. 

Desde entonces, y durante sus 72 años de existencia, el PRI-gobierno ha tenido un éxito espectacular en lograr sus objetivos. A pesar de que la Constitución de 1917 hoy sigue formalmente vigente, décadas de constantes reformas legales y acciones neoliberales, de la mano con el PAN y el PRD, han ido destruyendo su esencia y su efectividad. El PRI ha funcionado como una aceitada máquina de control, de cooptación y de represión para la imposición de un neoliberalismo rapaz y saqueador. 

Pero todo exceso tiene sus límites y el pasado 1 de julio la sociedad mexicana finalmente pudo hacer valer su enorme esperanza y poner en acción su sofisticada conciencia crítica. No solamente hemos colocado a Andrés Manuel López Obrador en la Presidencia de la República sino que también le mandamos al viejo partido de Estado a la banca, quizás para siempre. 

Muy difícilmente podrá el PRI repetir la experiencia de su milagrosa recuperación durante el sexenio de Vicente Fox entre 2000 y 2006. En aquel momento, el PRI contaba con el decidido apoyo del Presidente de la República, quien necesitaba desesperadamente del apoyo del partido de Carlos Salinas para juntos cerrarle el paso a López Obrador y el PRD. Tal y como hemos documentado en el libro El mito de la transición democrática, en realidad no hubo cambio alguno durante aquel sexenio, sino solamente la continuidad de la misma coalición del PRIAN, pero ahora con el PAN en lugar del PRI ocupando Los Pinos a nombre de los mismos de siempre. 

En contraste con la coyuntura de 2000, López Obrador hoy no quiere ni necesita del apoyo del PRI, y tampoco del PAN o del PRD, para poder cumplir con sus promesas y consolidar su gestión. La victoria de Morena, junto con sus aliados, fue tan contundente que el nuevo Presidente tendrá manos libres para resistir cualquier chantaje desde el viejo partido de Estado. 

Habría que discrepar con las voces nostálgicas que señalan que la barrida de Morena a los otros partidos podría en riesgo la democratización del país. La ascendente hegemonía de las fuerzas obradoristas es precisamente lo que le permitirá al nuevo jefe de Estado evitar los chantajes que una y otra vez han hundido las posibilidades de lograr un verdadero cambio de régimen. 

Así que por la primera vez en su larga historia, el PRI se queda totalmente huérfano y tendrá que sobrevivir por sus propios méritos. El “pequeño detalle” es que pareciera que el PRI ya no contaría con ningún mérito propio. Ya casi nadie cree que este instituto político sea “revolucionario” y mucho menos “institucional”. Y a duras penas se podría considerar esta amalgama de cínicos y corruptos como siquiera un “partido”. 

Todo parece indicar que el PRI ha llegado a su fin. Si los personajes que todavía se agrupan bajo este emblema quieren seguir vivos en la política necesariamente tendrán que cambiar de nombre su instituto político, afiliarse a otro partido o, en su caso, lanzarse como “candidatos independientes” como sus antiguos colegas de partido Jaime Rodríguez y Armando Ríos Piter. 

Publicado en Revista Proceso No. 2179
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