ARTICULO 39 CPEUM. LA SOBERANIA NACIONAL RESIDE ESENCIAL Y ORIGINARIAMENTE EN EL PUEBLO. TODO PODER PUBLICO DIMANA DEL PUEBLO Y SE INSTITUYE PARA BENEFICIO DE ESTE. EL PUEBLO TIENE EN TODO TIEMPO EL INALIENABLE DERECHO DE ALTERAR O MODIFICAR LA FORMA DE SU GOBIERNO.

domingo, 22 de enero de 2017

"Defender a México" (Revista Proceso, 22 de enero, 2017)


Isidro Baldenegro, imprescindible luchador social, descanse en paz, justicia ya 
John M. Ackerman 

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca constituye una excelente oportunidad para que los mexicanos recordemos y defendamos la grandeza de la historia, la cultura, la naturaleza y la economía de nuestro país. No se trata, desde luego, de emular el nativismo patriotero del bárbaro ignorante que ahora comanda el gobierno del país vecino, sino todo lo contrario. Habría que rescatar las mejores tradiciones de luchas republicanas, sincretismo cosmopolita e internacionalismo libertario que siempre han estado presentes a lo largo de la historia de México. 

Estados Unidos es un país construido a partir de la muerte y la rapiña. Aquel país nació con el genocidio de los pueblos indígenas, creció a partir de la sangre de los esclavos secuestrados de la costa de África y consolidó su predominio mundial en función de sus constantes intervenciones extranjeras, sobre todo en América Latina. La “libertad” de la que se goza en Estados Unidos es estrictamente empresarial y capitalista. Al norte del Río Bravo, el valor humano se mide en dólares y el éxito profesional depende de eliminar y humillar al adversario. 

Tres libros de lectura esencial para entender como se ha forjado la actual Estado-nación estadounidense son: A People´s History of the United States, de Howard Zinn, War and Revolution, de Domenico Losurdo y Fear Itself, de Ira Katznelson. Estas tres obras, a la vez históricas y filosóficas, transparentan los cimientos podridos de un país cuya enorme riqueza y poderío militar están construidos encima de una trágica bancarrota moral, racista e intolerante. 

Hay, sin duda, muchos estadounidenses dignos y ha habido grandes luchas sociales en aquel país. Sin embargo, las actuales estructuras de poder dominante y coordenadas del debate público suelen sofocar al pensamiento crítico y matar las utopías transformadoras. 
La elección de Trump, entonces, no fue una mera coincidencia, sino el resultado de procesos históricos y culturales profundamente arraigados. Solamente una radical revolución de conciencias, desde la raíz y a lo largo de muchos años podría voltear la tortilla al norte de la frontera. 

En México, en contraste, esta misma transformación necesaria se encuentra más al alcance de la mano. México cuenta con una enorme reserva moral construida a lo largo de cientos de años de luchas y de conquistas populares. Nuestra primera fortaleza son los pueblos indígenas que han resistido con enorme valentía los embates del poder y hoy se encuentran en una posición mucho más fuerte y presente que sus hermanos y hermanas en los Estados Unidos. Una segunda fortaleza clave es nuestra Constitución Política, un documento profundamente social redactado a partir de una de las grandes revoluciones mundiales del siglo XX y que cumplirá 100 años el próximo 5 de febrero. 

Una rápida comparación entre los grandes líderes políticos en la historia de México y los Estados Unidos es esclarecedora. George Washington era un terrateniente dueño de cientos de esclavos. José María Morelos, en contraste, era un afrodescendiente que abolió la esclavitud desde el primer momento. 

Abraham Lincoln se enfrentó a los terratenientes del sur durante la Guerra Civil, pero siempre desde una posición de fuerza y comodidad, ya que contaba con el fuerte respaldo de los intereses financieros más retrógrados del norte. Benito Juárez, en cambio, tuvo que vivir años a salto de mata protegido solamente por su pueblo, hasta su improbable pero glorioso triunfo en contra de los franceses. 

Franklin Roosevelt transigió y pactó tanto con los terratenientes esclavistas del sur como con los grandes industriales del norte para impulsar sus reformas del New Deal. En contraste, el general Lázaro Cárdenas jamás cayó en la lógica pactista sino que se alió abiertamente con los campesinos, los obreros y los indígenas para combatir frontalmente a los oligarcas y hacendados en todo el país. 

Y Emiliano Zapata o Pancho Villa simplemente no tienen parangón en los Estados Unidos. No es gratuito que hayan generado tanta atención de grandes historiadores estadounidenses como John Womack y Enrique Katz, quienes en sus respectivas biografías magistrales reconocen el carácter absolutamente sui generis de estos grandes líderes mexicanos. 

La diferencia esencial entre los líderes del norte y los del sur del Río Bravo es que en México el liderazgo auténtico siempre se construye desde abajo, con la gente y a favor de una transformación social profunda. En los Estados Unidos el elitismo es la norma y el pueblo es normalmente considerado un estorbo. Tenemos que rechazar de manera contundente la idea malinchista y neocolonial promovida por intelectuales seguidores de la escuela de Octavio Paz de que los líderes mexicanos serían “caudillos” atrasados e incultos mientras los líderes del norte serían de alguna manera más “modernos”, “liberales” o visionarios. 

México evidentemente también ha tenido periodos muy oscuros en su historia. El momento actual en que una pequeña mafia se ha dedicado a robar a manos llenas, reprimir al pueblo y vender el país es un claro ejemplo. Enrique Peña Nieto inició su gestión con la aspiración de ser tan temido como Porfirio Díaz, pero ha resultado más repudiado y vilipendiado que Victoriano Huerta. 

Por fortuna, cada vez que se agudizan demasiado las contradicciones sociales, el pueblo mexicano ha tenido la inteligencia y la valentía de levantarse para imponer una nueva dirección a la historia. Ocurrió a principios del siglo XIX con la Independencia, de nuevo a mediados del siglo XlX con la Reforma, y una vez más al inicio del siglo XX con la Revolución. Hoy, a principios del siglo XXI, el pueblo una vez más se encuentra en medio de un levantamiento generalizado a favor de la renovación de la República. 

Contrapongamos la sofisticación y el sincretismo profundo del sur a los simplismos y las intolerancias de los bárbaros del norte. Cada crisis implica una oportunidad. Ahora es un gran momento para volver a valorarnos y a defender la nación. 

Twitter: @JohnMAckerman

Publicado en Revista Proceso, No. 2099
(C) John M. Ackerman, todos los derechos reservados

domingo, 8 de enero de 2017

"Saqueadores" (Revista Proceso, 8 de enero, 2017)

A Julio Scherer García, luminario del periodismo mexicano, a dos años de su partida
John  M. Ackerman

El verdadero saqueador de México se llama Luis Videgaray. 

El flamante Secretario de Relaciones Exteriores fue el arquitecto de la reforma energética que ha regalado nuestro oro negro a las grandes empresas trasnacionales y disparado los precios de la gasolina. Como Secretario de Hacienda, Videgaray redactó la Ley de Ingresos de 2017 que incluye los actuales gasolinazos. Durante sus cuatro años a cargo de las finanzas del país, el mexiquense endeudó al país como quizás ningún otro personaje en la historia. 

Entre 2012 y 2016, la deuda pública pasó de 34.3% a 50.5% del Producto Interno Bruto (PIB). Durante 2017, todos los mexicanos pagaremos la cantidad de 569 mil millones de pesos, el equivalente a 2.8% del PIB, solamente por el concepto de servicio a los intereses de la deuda. Pero si continúa la devaluación del peso mexicano la cantidad será aún mayor ya que una gran parte de la deuda está cotizada en dólares estadounidenses.

Videgaray fue, en parte, responsable de la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos. La visita del magnate neoyorkino a México en plena campaña presidencial fue crucial. La conferencia de prensa en Los Pinos, el 31 de agosto de 2016, permitió que un hombre profundamente racista, machista, fascista y, sobre todo, anti-mexicano pudiera dar la imagen de ser un hombre de Estado y supuestamente “amigo” de los mexicanos. Videgaray y Enrique Peña Nieto utilizaron el poder y los recursos del Estado mexicano para influir en los resultados electorales del país vecino. Fue una intervención aún más insidiosa y preocupante que la supuesta intromisión de Vladimir Putin en aquellos comicios. 

Ahora nos encontramos en la indignante situación en que un confeso enemigo del pueblo mexicano con nula experiencia en la diplomacia será el responsable de defender México del embate conducido por su amigo Trump en contra de todos los mexicanos. El ataque ya inició con la cancelación de inversiones en México de parte de las empresas Carrier y Ford. Y no tardan en llegar tanto las expulsiones masivas de mexicanos residentes en los Estados Unidos como la construcción de un enorme muro en el Río Bravo. 

Y en estas eventualidades ya sabemos de cuál lado del balón estarán Videgaray y Peña Nieto. Para ellos, hacer perder a México es un gran negocio.
Ahora bien, con respecto a los otros “saqueadores”, quienes la semana pasada se llevaron una gran cantidad de mercancías de supermercados y tiendas de autoservicio, toda la evidencia apunta a que fueron orquestados desde el mismo poder. Múltiples testimonios, videos y audios documentan como policías del Estado de México participaron directamente en los ataques a los establecimientos comerciales e incluso ofrecieron dinero a ciudadanos para participar en los operativos. Simultáneamente, un ejército de “bots” a favor de los saqueos se activaron en las redes sociales con el fin de alentar el caos. También se circularon audios vía WhatsApp con mensajes aprócrifos sobre la inminencia de un golpe de Estado o una masacre generalizada de la población.

Este tipo de guerra psicológica primero fue ensayado por el Gobierno de los Estados Unidos en el Golpe de Estado de 1954 en Guatemala. Por medio de la difusión de rumores falsos con un canal apócrifo de radio generaron una psicosis generalizada que permitió que un pequeño grupo de soldados entrenados por los Estados Unidos, al servicio del General Guatemalteco Carlos Castillo, pudieran derrocar rápidamente al gobierno democrático de Jacobo Arbenz. Hoy se utilizan las mismas estrategias, pero no para derrocar a un gobierno popular sino para mantener en el poder a un pequeño círculo de amigos y compadres de Peña Nieto en medio de la enorme ola de indignación social.

Este tipo de guerras psicológicas tiene dos objetivos. 

Primero, se busca generar miedo para desalentar la protesta. La idea es que los ciudadanos se queden inmóviles en sus casas en lugar de reunirse con sus compatriotas en repudio al mal gobierno. Un cartel digital que recibió un servidor vía WhatsApp, por ejemplo, señalaba enfáticamente que la estrategia más efectiva para protestar el aumento de los precios de los hidrocarburos sería quedarse en casa y simplemente “NO HACER NADA”. Más claro ni el agua.

Por otro lado, se busca que las exigencias ciudadanas abandonen la importante solicitud de revertir el gasolinazo y en su lugar reclamen de manera desesperada la imposición de “orden” por medio de la utilización de la fuerza del Estado. En otras palabras, el objetivo es allanar el camino para la próxima aprobación de una nueva Ley de Seguridad Nacional que impondría un estado de excepción permanente en todo México, analizado recientemente por un servidor en estas mismas páginas (véase: http://ow.ly/J5Qe307J2Sg

Desde el primer día del actual sexenio, el 1 de diciembre de 2012, el gobierno de Peña Nieto ha recurrido a este tipo de estrategias de provocación y de miedo cada vez que se levanta la ira ciudadana y el pueblo se atreve a tomar las calles y las redes. También lo ha implementado en las coyunturas electorales. Tanto en 2015 como en 2016 se buscó desalentar la participación electoral por medio de mensajes de miedo enviados a miles de celulares, particularmente en Veracruz. Lo que vivimos la semana pasada fue apenas una pequeña prueba de lo que el gobierno tiene preparado para la histórica elección presidencial de 2018. 

En este contexto, hoy duele más que nunca la ausencia de Don Julio Scherer García a dos años de su lamentable partida. En el enrarecido contexto actual de desinformación y manipulación mediática es hoy particularmente indispensable contar con medios de comunicación profesionales y cercanos a la gente como Proceso. Gracias Julio, Gracias Rafael y gracias a todo el equipo de la revista por su trabajo cotidiano y por el enorme honor de poder compartir estas páginas con tan distinguidas plumas y valientes periodistas.

Twitter: @JohnMAckerman

Publicado en Revista Proceso No. 2097
(C) John M. Ackerman, Todos los derechos reservados