ARTICULO 39 CPEUM. LA SOBERANIA NACIONAL RESIDE ESENCIAL Y ORIGINARIAMENTE EN EL PUEBLO. TODO PODER PUBLICO DIMANA DEL PUEBLO Y SE INSTITUYE PARA BENEFICIO DE ESTE. EL PUEBLO TIENE EN TODO TIEMPO EL INALIENABLE DERECHO DE ALTERAR O MODIFICAR LA FORMA DE SU GOBIERNO.

lunes, 22 de septiembre de 2014

"Barack Peña" (21 de septiembre, 2014)

Barack Obama y Enrique Peña Nieto/ Foto: David de la Paz, Proceso/Xinhua
John M. Ackerman

La clase política de Estados Unidos se niega a aceptar la realidad de la estrepi­tosa caída de su predominio económico, poder político e influencia ideológica en el mundo. Recurre una vez más a la fuerza de las armas como un acto desesperado por afianzar su control sobre los recursos y los pueblos del planeta. Las nuevas agresiones en Irak, Siria, Palestina y Ucrania fomen­tadas o dirigidas por Barack Obama, otro­ra Premio Nobel de la Paz, también le han permitido construir su propio pacto con la oposición, al estilo del “Pacto por México” de Enrique Peña Nieto, para unir a la clase política frente a las cada vez más contun­dentes críticas a su gestión, tanto desde la izquierda como de la derecha.

La tasa de aprobación ciudadana para Obama se encuentra en el nivel más bajo que ha tenido durante los casi seis años que ha ocupado la Casa Blanca. Hoy todas las encuestas coinciden en que más de 50% de la población desaprueba su labor, mientras solamente 40% lo apoya (véase:http://ow.ly/BDg2V). Asimismo, la gran ma­yoría de quienes desaprueban expresan un sentimiento fuerte al respecto (strongly disapprove), mientras solamente la mitad de quienes aprueban están tan convenci­dos (véase: http://ow.ly/BDgjJ).

La movilización social del pueblo afroamericano en Ferguson, la traición a los latinoamericanos en materia migrato­ria y la consolidación del poder militar del Estado Islámico (El) en el Medio Oriente desnudan el fracaso del gobierno de Oba­ma tanto en materia de política interior como en el exterior. Obama es entonces el perfecto “amigo” y símil de Peña Nieto. Ambos presidentes trabajan para intere­ses ajenos y, por lo tanto, son repudiados por sus pueblos.

La revuelta de Ferguson, Missouri, responde al hecho de que los afroameri­canos se encuentran en una situación aún más precaria que cuando Obama ganó su primera elección presidencial en 2008. La brecha entre los “blancos” y los “negros” en términos de ingresos, patrimonio, rendimiento educativo y desempleo se ha ensanchado de manera pronunciada. Igualmente, el racismo estructural del sistema de “justicia” estadunidense lle­na las cárceles del país con cada vez más afroamericanos. Este es el contexto para la brutalidad policiaca que ha abierto las heridas y despertado la conciencia de la comunidad afroamericana. Obama no so­lamente ha dado la espalda a los latinos que lo apoyaron con tanta convicción, sino también a su propia comunidad.

Los contundentes éxitos militares del EI en una zona supuestamente “pacifica­da” por el ejército estadunidense evidencia el absoluto fracaso de más de dos décadas de bombardeos e intervención militar desde el inicio de la Guerra del Golfo en 1990. Así como la consolidación del poder del narco en Michoacán revela la derrota de la "guerra contra las drogas” iniciada por Fe­lipe Calderón y continuada por Peña Nieto por órdenes de Washington, la situación en Irak demuestra la enorme fragilidad y debilidad de las estrategias militares di­rigidas desde la Casa Blanca en todo el mundo.

Existe una sorprendente continuidad entre el gobierno de Obama y el de George W. Bush Jr. (2000-2008), comparable a la falta de cambio o “transición” durante los 12 años de gobiernos panistas en México. Del mismo modo en que el PAN terminó por devolver el poder al viejo PRI, lo más probable es que Obama también entre­gue la Casa Blanca de regreso al Partido Republicano cuando termine su segundo cuatrienio en 2016 o, en su caso, a Hilary Clinton, quien representa exactamente los mismos intereses.

El discurso de Barack Obama del pasa­do 17 de septiembre en la Base Militar MacDill, en Florida, fue revelador con respecto a su verdadera orientación política. “Entre la guerra y la recesión económica (...) es­tos han sido 14 años llenos de retos. Quie­ro que sepan, mientras los acompaño hoy, que hoy estoy tan seguro, como lo he esta­do siempre, de que este siglo, justo como el siglo anterior, será dirigido por América (sic) (...) Es y será un siglo americano (sic)”.

No se asomó ni por error la palabra “cambio” o “esperanza” en el discurso del presidente que supuestamente introdu­ciría transformaciones importantes en el sistema político de Estados Unidos. Obama ahora se quita la máscara al presentarse como el defensor de la más absoluta continuidad conservadora, tanto con los ocho años anteriores a los suyos en que Bush Jr. ocupó la Casa Blanca (“han sido 14 años”), como con el siglo pasado de “liderazgo” estadunidense en el mundo, incluyendo constantes intervenciones militares, económicas y políticas a lo lar­go y ancho de América Latina.

La “democracia” estadunidense se encuentra tan dolida y traicionada como la mexicana. Quienes luchan por un me­jor país deben enfrentar la realidad de que lo que ocurre en México es parte de un fenómeno global de vaciamiento del sentido de las instituciones “liberales” en todo el planeta. No se trata desde luego de abandonar el frente nacional, sino de constantemente vincularlo con las luchas paralelas que están teniendo lugar en el mundo. Por ejemplo, el empuje hacia la independencia de Escocia, la resisten­cia del pueblo palestino y los esfuerzos del nuevo partido ciudadano “Podemos” en España, todos indican que se acercan nuevos tiempos. También sería muy importante estrechar los lazos con los go­biernos de izquierda en Sudamérica.

La izquierda mexicana ha cometido el error de descuidar el frente internacional durante los últimos lustros. La revitalización de este ámbito de acción sería parti­cularmente importante en este momento, dado el dinamismo actual en tal esfera. Una mejor vinculación con movimientos y luchas en otras latitudes podría fortale­cer de manera importante el proceso de reconstrucción de la izquierda nacional y nacionalista.
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(C) John M. Ackerman, Todos los derechos reservados
Publicado en Revista Proceso 1977
Twitter: @JohnMAckerman

domingo, 7 de septiembre de 2014

"Telenovela estacionada" (7 de septiembre, 2014)

Peña Nieto, Aureoles y Barbosa en el Segundo Informe/Foto: Proceso
La entusiasta participación de los principales líderes y gobernantes del PRD en la clausura de la primera parte de la telenovela de Enrique Peña Nieto demuestra una vez más que este partido ha renunciado a cualquier intención de fungir como contrapeso ante la consolidación autoritaria. Flanqueado por Silvano Aureoles y Miguel Barbosa como sus guardaespaldas, y con los automóviles de lujo de la oligarquía nacional acomodados por Miguel Ángel Mancera en la plancha del Zócalo capitalino, el nuevo emperador pudo pronunciar su vacuo discurso sin interrupción o protesta alguna.

Los poderosos están de plácemes con la aparente victoria de su “revolución cultural”, al estilo de Mao Zedong, que prohíbe, margina y reprime cualquier expresión de descontento social o cuestionamiento al poder. En su discurso con motivo de la presentación de su Segundo Informe de Gobierno, el personaje que se ostenta como el presidente de la República en nuestra propia versión torcida de House of Cards indicó que precisamente el eje vertebral de la segunda parte de su programa estelar será lograr “un cambio de actitud, de mentalidad, un cambio cultural”.

El consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, ya había adelantado hace semanas uno de los ejes centrales del proyecto ideológico de Los Pinos. El vocero del régimen en materia electoral aclaró que el principal problema con la democracia mexicana no sería el deficiente funcionamiento de las autoridades electorales, sino la falta de “confianza” de la población en estas instituciones disfuncionales, así como la resistencia de los actores políticos a asumir y “aceptar su derrota”.

El mensaje es meridianamente claro. Al régimen no le bastan las “victorias” legislativas del primer tercio del sexenio actual. Para ellos no es suficiente tapar los ojos, encintar la boca y amarrar las manos de sus adversarios. También habría que arrodillar y humillar a los críticos obligándolos a asumir su “derrota” jurando lealtad eterna al nuevo rey. Se busca pasar de la “vieja” cultura de la crítica ciudadana y el cuestionamiento al poder a una “nueva” cultura de obediencia civil y de abyección frente a los poderosos.

‘‘Valoro que dos representantes de la izquierda mexicana conduzcan los trabajos de ambas cámaras en el Congreso de la Unión. Su presencia en este acto republicano reafirma la vocación democrática, nuestra condición de madurez y de civilidad política, y de normalidad democrática’’, señaló con absoluto cinismo e hipocresía el Frank Underwood mexicano la semana pasada en Palacio Nacional.

Es importante recordar que la autoalabanza televisada que organizó Peña Nieto no cuenta con ningún respaldo legal ni tiene carácter republicano alguno. La única obligación del presidente de la República es entregar el informe por escrito al Congreso de la Unión. Si el ocupante de Los Pinos realmente tuviera “vocación democrática”, hubiera acudido personalmente al Congreso para escuchar los posicionamientos de los partidos de la oposición y dialogar con sus adversarios. Peña Nieto también tendría que aceptar el reto ciudadano reiterado desde hace meses de afrontar un debate en vivo y sin teleprompter con la sociedad sobre las “reformas estructurales”, y responder favorablemente a la petición generalizada de someter la reforma energética a una consulta popular.

Pero para el régimen la mejor forma en que un político puede demostrar su “madurez” y su gran “civilidad” es negociando bonos, cargos y componendas atrás de puertas cerradas. Mientras, en público los dirigentes de la oposición “moderna” cierran la boca y aplauden de pie al gran líder. Aquello es precisamente el modus operandi tanto de los sistemas burocrático-autoritarios del viejo bloque soviético como del sistema clepto-privatizado enarbolado hoy por Washington.

El comportamiento de Aureoles, Barbosa, Mancera, Graco Ramírez y Arturo Núñez tampoco tiene nada que ver con la “izquierda”, sino todo lo contrario. Su subordinación al poder del dinero y la represión implica el desplazamiento de cualquier compromiso ético con la sociedad por un “pragmatismo” absolutamente corrupto y traidor.

La conversión de la Plaza de la Constitución en un gran estacionamiento de autos de lujo blindados constituye la viva imagen de la “utopía” neoliberal de quienes hoy nos malgobiernan. Solamente faltaría agregar algunas bailadoras haciendo table dance agarradas del asta-bandera para completar la “revolución cultural” priista con los elementos centrales de la “victoria cultural” panista.

El camino actual nos lleva a un país totalmente estacionado, un país donde todos los espacios, las instituciones y los intereses públicos estarán ocupados por los intereses más retrógrados y excluyentes. Urge encender el motor y echar a andar al México profundo conocido internacionalmente por su gran dignidad, entereza y conciencia.


(C) John M. Ackerman. Todos los derechos reservados.
(Publicado en Revista Proceso No. 1975)