ARTICULO 39 CPEUM. LA SOBERANIA NACIONAL RESIDE ESENCIAL Y ORIGINARIAMENTE EN EL PUEBLO. TODO PODER PUBLICO DIMANA DEL PUEBLO Y SE INSTITUYE PARA BENEFICIO DE ESTE. EL PUEBLO TIENE EN TODO TIEMPO EL INALIENABLE DERECHO DE ALTERAR O MODIFICAR LA FORMA DE SU GOBIERNO.

lunes, 23 de julio de 2018

"El futuro de Morena" (Revista Proceso, 22 de julio, 2018)

John M. Ackerman

La decisión de crear el Movimiento de Regeneración Nacional, ahora Partido Morena, fue uno de los grandes aciertos de Andrés Manuel López Obrador. En lugar de pelearse en el lodo con los burócratas que se habían apoderado del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el tabasqueño voló por encima del pantano de la corrupción para dar luz a una nueva agrupación ciudadana capaz de canalizar y organizar la esperanza ciudadana. 

En apenas cuatro años, Morena logró contagiar al país entero con su visión de un México más pacífico, justo y democrático. A partir de 2018, este nuevo partido ciudadano no solamente controlará la Presidencia de la República, sino también ambas cámaras federales y la mayoría de los congresos locales. De manera paralela, el financiamiento público para Morena se cuadruplicará durante el próximo año, llegando a la impresionante suma de casi 1,600 millones de pesos. 

Como un adolescente que de repente ve crecer su cuerpo y cambiarse la voz, este instituto político debe madurarse rápidamente para poder asumir eficazmente sus nuevas responsabilidades. 

En primer lugar, Morena debe evitar ser capturado por los oportunistas. Ya se han acercado muchas figuras de dudosa reputación. Pero el río de chapulines que empezó a fluir durante el proceso electoral ahora se convertirá en una verdadera avalancha de buscachambas. Todos los políticos que no logren colarse como funcionarios o asesores en los nuevos gobiernos de Morena, buscarán refugiarse en el partido en preparación para saltar en masa, como en los viejos tiempos del partido-estado PRista, hacia los cargos públicos. 

Es de vital importancia que Morena evite convertirse en “la banca” de los gobiernos emanados de este partido. Su objetivo debe ser transformarse en un espacio de auténtica participación, debate y concientización ciudadana. 

Los estatutos de Morena serán un gran aliado en este proceso. Por ejemplo, el artículo 68 de este documento básico indica que los recursos públicos otorgados al partido “deberán ser utilizados exclusivamente en apoyo a la realización del programa y plan de acción de MORENA, preferentemente en actividades de organización, concientización y formación política de sus integrantes.” Y el artículo 70 señala que los dirigentes de Morena no tienen derecho a salario alguno, sino que solamente cuentan con apoyos económicos puntuales para la realización de sus tareas que no pueden exceder la cantidad de treinta salarios mínimos. En suma, fungir como dirigente de Morena no debe ser entendido como un “cargo” desde donde uno puede repartir favores y chambas, sino una responsabilidad ciudadana de servir a la causa de la cuarta transformación de la República. 

Un segundo reto del partido es garantizar una auténtica participación democrática entre sus miembros y militantes. Desde el preámbulo de su estatuto, el partido se pronuncia a favor de “el auténtico ejercicio de la democracia, el derecho a decidir de manera libre, sin presiones ni coacción, y que la representación ciudadana se transforme en una actividad de servicio a la colectividad, vigilada, acompañada y supervisada por el conjunto de la sociedad.” Y en el artículo segundo Morena establece “la integración plenamente democrática de los órganos de dirección, en que la elección sea verdaderamente libre, auténtica y ajena a grupos o intereses de poder, corrientes o facciones”. Finalmente, el artículo noveno del estatuto señala que “en MORENA habrá libertad de expresión de puntos de vista divergentes. No se admitirá forma alguna de presión o manipulación de la voluntad de las y los integrantes de nuestro partido por grupos internos, corrientes o facciones, y las y los Protagonistas del cambio verdadero velarán en todo momento por la unidad y fortaleza del partido para la transformación del país.” 

Tienen razón los documentos básicos de Morena en buscar evitar la creación de sectas, corrientes o “tribus” al interior del partido. Ello no implica una limitación a la libertad de expresión, sino todo lo contrario. La mejor manera para garantizar la verdadera unidad de un partido político es precisamente a partir de un sano debate interno con absoluto respeto a las diferencias para poder juntos tomar decisiones de consenso tomando en cuenta las posturas de todos. 

Ahora bien, es una realidad que al calor de las campañas electorales y frente a la urgente necesidad de expulsar del gobierno federal a la mafia del poder, los estatutos de Morena no siempre se han cumplido al pie de la letra. Pero el partido ahora cuenta tanto con los recursos como con el tiempo para fortalecer su estructura democrática y su legalidad interna con el fin de garantizar su salud institucional a largo plazo. 

El próximo 20 de noviembre de 2018 se tendrán que renovar todos y cada uno de los cargos directivos de Morena al nivel nacional, estatal y municipal. El estatuto no permite la reelección de ningún directivo y solamente de 30% de los integrantes de los consejos estatales y nacionales, así que se abre una enorme oportunidad para dar un gran salto hacia adelante con la incorporación de nuevos liderazgos. Sin embargo, también existe el riesgo de que los oportunistas y los chapulines aprovechen de la inexperiencia de los cuadros más jóvenes y auténticos para arrebatarles el control sobre el partido. Este desenlace sería catastrófico ya que prepararía el camino para que Morena se convirtiera en otro PRD o, aún peor, un PRI renovado. 

Hagamos votos, y pongamos cada quien su granito de arena, para que el perfil de los nuevos dirigentes enaltezca el perfil ciudadano y transformador del nuevo partido gobernante. De lo contrario, que la nación y la ciudadanía se los demanden. 


Twitter: @JohnMAckerman

martes, 10 de julio de 2018

"La segunda transición y la cuarta república" (Revista Proceso, 8 de julio, 2018)


John M. Ackerman

La contundente victoria de Andrés Manuel López Obrador marca, sin duda, un antes y un después en la historia de México. Independientemente de lo que ocurra durante su sexenio, el sólo hecho de derrotar a la mafia del poder de manera pacífica en una votación masiva el domingo 1 significa un profundo viraje en la política nacional. 

Los jóvenes, las mujeres, los campesinos, los obreros, los profesionistas, los empresarios, los pueblos indígenas y los maestros mexicanos hemos luchado durante décadas sin tregua por la democratización del país. En dos ocasiones anteriores la ola de repudio popular al sistema autoritario inundó las urnas con esperanza y dignidad. Tanto en 1988 como en 2006 la oposición de izquierda derrotó a la coalición del neoliberalismo autoritario, pero sus triunfos fueron cruelmente arrebatados por medio de descarados fraudes electorales. 

Hoy, a 50 años del levantamiento estudiantil de 1968 y 30 del fraude de 1988, finalmente hicimos valer el anhelo ciudadano de contar con un gobierno federal plenamente legitimado en las urnas y con un respaldo popular mayoritario. 

En 1997, México pasó por un momento similar al actual. En su espléndido libro biográfico sobre López Obrador, AMLO: con los pies en la tierra, José Agustín Ortíz Pinchetti relata lo que sintió la noche de las elecciones en que Cuauhtémoc Cárdenas ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal y simultáneamente el PRI perdió, por primera vez, su mayoría en la Cámara de Diputados: “En la noche de la jornada electoral me encontré en el Zócalo capitalino a don Julio Scherer; estábamos exultantes. Miré al cielo y sentí que se había roto la bóveda bajo la que yo había nacido: el control político del PRI empezaba a resquebrajarse. ¡Un entusiasmo bastante prematuro!” 

Tuvieron que pasar más de 20 años hasta que este sueño de la liberación del pueblo mexicano del yugo del PRI -- transmutado después en PRIAN con Vicente Fox y finalmente en PRIANRD con el Pacto por México -- pudiera hacerse realidad. El alud de votos a favor de Morena en la pasada elección no solamente llevó López Obrador a su triunfo; también modificó al mapa político en el país entero. De la noche a la mañana el nuevo partido se convirtió en la fuerza hegemónica tanto en el Congreso de la Unión como en algunos de los lugares más alejados de los vientos de la democratización, como el Estado de México y Hidalgo. 

Ahora bien, ¿Cómo garantizar que ahora sí la alternancia electoral genere un nuevo régimen político? ¿Cuáles fueron los principales errores cometidos en el pasado que llevaron al fracaso del primer intento de “transición democrática”? 

No hay respuestas sencillas a estas preguntas, pero podemos iniciar el necesario debate con una reflexión sobre dos puntos: 

Primero: el primer intento de transición se enfocó principalmente en el reformismo institucional y legal. Los legisladores han modificado la Carta Magna docenas de veces durante las últimas dos décadas, creando múltiples nuevas leyes, órganos autónomos y disposiciones constitucionales en materia de elecciones, rendición de cuentas, derechos humanos, transparencia y justicia penal con la esperanza de transformar de esta manera las coordenadas del poder público. 

Sin embargo, la efectividad de estas reformas ha dejado mucho que desear, tanto por la captura de estas instituciones por intereses políticos como por la simulación burocrática que suele caracterizar su actuar cotidiano. 

El principal reto para el nuevo gobierno de López Obrador es ir más allá de los cambios legales para generar una verdadera transformación tanto en la relación entre el gobierno y la sociedad como en la estructura del poder social y económico del país. Mientras sigamos con un gobierno corrupto que desprecia a la ciudadanía y una sociedad sometida por los poderes fácticos, ningún ajuste institucional será efectivo. 

El éxito de la segunda transición y de la cuarta república dependerá entonces, por un lado, del establecimiento de un verdadero sistema de rendición de cuentas del gobierno hacia la ciudadana y, por otro lado, de acabar de una vez por todas tanto con la pobreza como con los privilegios con el fin de generar una sociedad más igualitaria, participativa y crítica. 

Segundo: los partidos políticos que impulsaban la primera transición, el PRD y el PAN, rápidamente se burocratizaron, se corrompieron y se alejaron de las demandas sociales. Los desastrosos resultados electorales para ambos partidos en las elecciones del domingo pasado constituyen un claro mensaje de repudio de parte del pueblo mexicano para dos institutos políticos que ya no cuentan con arraigo popular alguno. 

Morena, en contraste, ha crecido de manera inusitada. Con apenas cuatro años de vida, esta agrupación ha pasado de ser una asociación civil con unos cuantos de miles de miembros a un poderoso movimiento político y social que opera en todo el país. Si el nuevo partido gobernante no establece rápidamente candados más claros para candidaturas, procesos formativos más profundos para militantes y mecanismos más democráticos para la toma de decisiones, la inercia, la infiltración y el oportunismo inevitablemente llevarán a Morena a repetir los mismos vicios del PRD y el PAN. 

En los próximos meses, Morena renovará toda su estructura directiva, al nivel nacional y en todas las entidades federativas, y probablemente también modificará sus estatutos para ajustarse a nueva coyuntura política. En estos procesos Morena pondrá en juego su presente y su futuro: ¿El nuevo partido ciudadano se convertirá en un verdadero motor de cambio social y político o terminará como una agencia de colocación de empleos y un espejo aplaudidor del gobierno federal? 

Para hacer historia, primero hay que aprender del pasado. Abramos los ojos, avancemos con paso firme y evitemos a toda costa repetir los errores del pasado. 

Twitter: @JohnMAckerman

Publicado en Revista Proceso No. 2175
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