Alexis Tsipras, líder de Syzria en Grecia, en un acto de campaña (Foto: La Jornada) |
John M. Ackerman
Es un grave error visualizar nuestra tarea actual como la de “perfeccionar” la democracia mexicana o emprender una “segunda transición” limitada a la rendición de cuentas y el estado de derecho. Cualquier esfuerzo que no enfrente directamente la cuestión del poder social estará destinado al fracaso. La razón por la cual el país se encuentra en una situación tan delicada es porque las instituciones públicas y la clase política sirven a los amos del poder y el dinero en lugar de servir a los ciudadanos más humildes y vulnerables.
La conquista del poder público por los de abajo constituye un paso necesario para empezar a rectificar. Mientras el Estado se mantenga en manos de élites corruptas que desprecian profundamente al pueblo mexicano, su única función será reprimir, dividir y explotar a la sociedad. Un Estado controlado por el pueblo no podría resolver por sí solo los grandes problemas nacionales, pero por lo menos fungiría como un escudo protector de los intereses populares contra la ambición desmedida y el sadismo sangriento de los poderosos. Y si un gobierno popular lograra un fuerte respaldo social podría incluso convertirse en una palanca para una transformación económica y política de fondo.
La coyuntura global es propicia para el surgimiento de un gobierno popular en México. La crisis de gobernabilidad neoliberal que se vive en el país es similar a la que experimentaron Brasil, Argentina y Venezuela en los años noventa, Bolivia y Ecuador en la primera década del presente siglo, y actualmente España y Grecia. Así como los opresivos sistemas burocráticos del bloque soviético fueron derrumbados por la acción social durante la década de los ochenta, hoy los sistemas de exclusión y corrupción institucionalizadas, de la órbita estadunidense, también se desmoronan frente a la movilización popular.
Los próximos meses constituyen un momento clave en la batalla por transformar las coordenadas del poder público en México. Más allá de la posición de cada quien con respecto a la utilidad del voto, durante el periodo de las campañas electorales la situación política de la nación se coloca en el centro del debate público. Nadie podrá evitar los millones de anuncios de los candidatos ni los debates con colegas y amigos sobre la coyuntura nacional.
La mayor parte de los spots serán un enorme desperdicio de tiempo y un insulto a la inteligencia, pero algunos quizás rompan con el guión establecido de cinismo y superficialidad. Véase, por ejemplo, el histórico anuncio en náhuatl recientemente difundido por el probable candidato del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) para la gubernatura de Guerrero, Amílcar Sandoval (vínculo aquí: http://ow.ly/HKuDl).
Llama la atención cómo muchos que se quejan de la baja calidad de la propaganda partidista jamás se atreven a criticar el reprobable contenido de la propaganda privada y pública. Los millones de insultantes anuncios que las empresas monopólicas y las instituciones gubernamentales nos recetan todos los días generan mucho más daño que unos meses de partidistas. Nuestra indignación no debe dirigirse solamente en contra de la clase política corrupta, sino también en contra de los grandes intereses económicos y mediáticos que se sirven con la cuchara grande gracias al servilismo de los políticos.
Pero todo el sistema actual está diseñado precisamente para evitar que se dé este importante paso en el desarrollo de la conciencia nacional. No son gratuitas, por ejemplo, ni la protección especial que ha brindado el INE a la imagen de Joaquín López Dóriga ni los “problemas técnicos” con el nuevo sistema de fiscalización electoral.
Y por si hubiera alguna duda con respecto al contubernio entre las instituciones electorales y el poder oligárquico, el consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova, recientemente acudió a Kidzania en Plaza Cuicuilco para inaugurar un módulo del instituto electoral. Desde que fue construida por el Grupo Carso, de Carlos Slim, encima de las tierras ancestrales de la hermosa Pirámide de Cuicuilco, esta plaza simboliza la destrucción de nuestra historia por los intereses del gran capital. Y hoy Kidzania complementa la ocupación física de terrenos históricos con la ocupación mental de las nuevas generaciones por medio de la sobresaturación de mensajes comerciales que esta escuela de formación neoliberal inyecta a cada uno de sus pequeños visitantes.
El boicot electoral está garantizado. Por desinterés y fastidio, la mayor parte de la población no acudirá a las urnas el próximo 7 de junio. Pero la celebración de elecciones fraudulentas en la mayor parte del país y la postulación de candidatos inaceptables en casi todos los cargos de elección popular también se impondrán.
No tiene sentido entonces perder nuestro valioso tiempo en debates estériles entre los “anulistas” y los votantes. Lo que hagamos o dejemos de hacer durante los próximos meses será mucho más importante que lo que cada quien decida hacer después de desayunar el domingo 7 de junio. Durante las campañas de 2012, por ejemplo, fue mucho más relevante el movimiento #YoSoy132 que el fraude que llevó a Peña Nieto a Los Pinos.
Hoy existen grandes oportunidades para la movilización política y social que habría que aprovechar para seguir acumulando fuerza. Si queremos que el movimiento en solidaridad con Ayotzinapa rinda aún más frutos, todos deberíamos participar tanto en las acciones sociales como en los actos políticos que más nos convenzan durante los próximos meses.
Lo que no se vale es mantenerse inmóvil quejándose cómodamente de la supuesta “apatía” o “colaboracionismo” de los demás. Es precisamente este tipo de actitudes lo que mantiene al sistema corrupto en su lugar. Un verdadero luchador social utiliza todos los medios a su alcance para transformar el poder y jamás acepta su derrota.
Twitter: @JohnMAckerman
(C) John M. Ackerman, Todos los Derechos Reservados
(Publicado en Revista Proceso, No. 1995)